miércoles, 26 de agosto de 2009

Bienvenido


                                                        
 BIENVENIDO ©

Separó mis piernas con brusquedad, pero no me importó. Sus manos calientes, al contacto con mi fría piel, me hicieron estremecer. Nerviosa en aquella cama ajena y como principiante que era, esperaba impaciente cualquier orden.

Murmuró algo que interpreté subiéndome poco a poco el camisón. Sus manos se adentraron en mis muslos, su mirada se clavó en mi interior, y dejando a un lado todo tipo de dulzura, rebuscó estratégicamente en mi intimidad.

Ansiosa, le pregunto si podemos pasar a la acción. Dilatar aún más la situación me resultaba tan incomprensible como absurdo. Acompañado de una mirada tierna, que no había visto nunca en nuestras últimas visitas, me susurró que todo iría bien.

Sin tiempo para preguntas, entraron por sorpresa dos mujeres. A la primera la reconocí al instante y suspiré aliviada. Cuarenta semanas deseosa de verla en aquella habitación y por fin nos encontrábamos frente a frente. Pero la otra chica era para mí una completa desconocida. Aún así, no hacían falta presentaciones. Cada una conocía su papel, cada una sabía cómo debía actuar.

Sentí como la desconocida, me veía sin mirarme. Parecía que ese mundo también era nuevo para ella. Por un momento pensé que el hecho de saber que alguien más estaba en una situación parecida a la mía me tranquilizaría, pero al contrario: creó en mí una incertidumbre difícil de explicar.

Una mano familiar untó debajo de mi ombligo un poco más de aquél gel frío que hacía cosquillas. Seis ojos se plantaron delante de un monitor. Dos bajan hacia mí una gran lámpara alumbrando lo que sería el verdadero foco de atención.

Ya era la hora. Cerré los ojos, respiré hondo y vacié mi mente… pero fue imposible. La imagen de un melón pasando por el agujero de una aguja, no era algo que me ayudase mucho.

Con la máscara en posición y una voz cercana a la de Dar Vader, el doctor me invita a expulsar al mundo a mi querubín y por enésima vez en el día, sin invitarme por lo menos a una copa, me introduce la mano hasta la laringe.

Y así hijo mío, despidiéndote del útero, bañado en fluidos y con una adorable cabeza de pepino, conociste a la madre que te parió.


Florencia Battagliero Bocco; Mayo ‘09